La historia del arte, y específicamente la historia de la literatura, se ha conformado a partir del realismo: la idea de que el texto sea un reflejo, un espejo de aquello que llamamos Lo Real. Una suerte de convención inmutable, basado en la destreza y el talento de narrar y que, con mayor o menor suerte, sigue vigente hasta nuestros días. El contenido como método de escritura.
Sin embargo, ese infinito espacio que llamamos Ficción también ha sido y es adulterado, moldeado y transformado en muchas variantes de forma: mecanismos de escritura que no responden a la forma realista del cánon; que juegan y desvirtúan a su antojo; desde la creación de mundos imaginarios hasta poner en crisis el concepto inmediatamente afín al realismo: el de autor.
El uso del heterónimo es una de sus variantes. Desde Fernando Pessoa, pasando por Romain Gary y Boris Vian, la idea del autor es así un otro, como una estrategia más de procedimiento que refuerza ese artificio ficcional -la poesía, o la narrativa- y que le otorga, inevitablemente, absoluta autonomía al texto, operando en oposición a la idea de Autor (que históricamente parte de vocero social y visionario, de iluminado y genio, hasta nuestros días en que se transformó en una especie de Rockstar decadente) y que debe ser real; que debe estar ahí, tan presente y vívido como su obra.
En Los poemas de Boy Fracassa (Nebliplateada, 2024) el gesto se manifiesta de dos modos: los poemas de su “autor” y el prólogo, que es casi un microrrelato dentro del libro: apoyatura de un autor “real” -en este caso Martín Caamaño, que también se anuncia como su “traductor” ya que Fracassa escribe en portugués- a alguien que es, pero no. Como una confirmación de lo que Michel Foucault enuncia, la singularidad de una ausencia: el yo/autor ahora es otro, o no está: nos queda solo enfrentarnos con el texto sin referencias ni contexto que nos predispongan a su lectura. Nos queda enfrentarnos con la literatura.
¿Quién es Boy Fracassa? El libro no aporta muchos datos. Nacido en Washington, viaja a Brasil y publica su único poemario, The Sertón. Su rastro se pierde en el Amazonas, donde gracias a algunas personas que lo recuerdan, podemos armar algo de su perfil: una especie de hippie viajero influenciado por la poesía objetivista/post beatnik que cruza con el éxtasis místico oriental y el entorno selvático y de comunicación interpersonal con la naturaleza. Hasta lo podemos imaginar como un buen lector de Ezra Pound, William Carlos Williams y Gary Snider.
Leemos:
Todo lo que pensás a la noche/volvé a pensarlo
a la mañana/todo lo que pensás a la tarde/
ejecutalo/como si fuera una orden/del Gran Señor
de la tarde.
La integración secreta. Primera lluvia de octubre/
pureza de la luz/estabilidad del tiempo/miramos
cómo cambian los árboles/bajo el sol de la región/
No sé porqué pienso/en una vieja lavadora/que
debe estar arrumbada en el balcón/de una casa de
queridos amigos de Manhattan/nos empeñamos
en convencer a nuestros padres/de que no pierdan
el centro/el padrino Alfredo dice: en la vida de un
niño el tiempo de los padres se mide/de acuerdo
a la integración secreta.
Marché con un ejército de muertos/para
enfrentar a un ejército de vivos/En la batalla nos
confundimos/ya no sabíamos quién era quién/
que el enemigo sea como la comida que sirven/
en los muelles de este río monstruoso/caliente,
picante/disueltos nuestros ejércitos metafísicos/
marchamos hacia el puente de piedra/que nos
cruza hacia el otro lado/todos mezclados/vivos
y muertos/sin saber quién es quién/en este día
de lluvia/en el Amazonas, febrero 15 de la
inscripción solar/casa de fuego.
Caamaño define a Fracassa como “un desertor compulsivo”, y creo que ahí está una de las claves. Fabián Casas es en este libro un desertor de su propia condición de autor; desplaza su nombre en pos de un procedimiento casi intransitado en la literatura argentina. El tiempo y la recepción de este juego tan atípico serán sus jueces.
— Roberto Papateodosio